Si nos preguntaran cuál es la obra de fantasía épica más clásica, más inolvidable, la que mayor repercusión ha tenido en la historia de la literatura y la cultura popular, creo que casi todos elegiríamos la misma: El señor de los anillos. La trilogía de Tolkien era ya famosa antes de que Peter Jackson la adaptara al cine, convirtiéndose en una de las sagas más conocidas con más de 150 millones de ejemplares vendidos. De ella han salido películas, canciones, juegos de mesa, de rol, de miniaturas…
Y no es para menos. La obra de Tolkien está cargada de temas y motivos que resuenan con lectores de todas las eras, tales como la destrucción de la naturaleza por la industrialización, los devastadores efectos de la guerra, o la corrupción del poder. Si podemos releer estas novelas una y otra vez es porque se mantienen siempre relevantes, siempre tienen algo que decirnos.
Y como toda gran obra que se precie, ESDLA también ha dado pie a un sinfín de teorías. Hoy vengo a hablaros de una de las más controvertidas y de las que más se ha hablado, y que quizá os haga replantearos la forma en que hemos leído la trilogía hasta ahora…
